Por Alberto Zuluaga Trujillo*
Mucho se ha escrito sobre cómo seremos después de que
pase la tragedia. Los más optimistas piensan que seremos mejores; los
pesimistas, que seremos peores y los moderados, que todo seguirá igual. Aunque
parezca simplista, el Coronavirus nos mostró lo pequeños que somos en medio de
la gran tecnología de la que nos ufanamos.
Exploramos el universo y nos lanzamos en la búsqueda de
mundos desconocidos a miles de millones de kilómetros mientras un intruso
microscópico nos libra una guerra a muerte en terrenos para nosotros llenos de
misterio y de zozobra. Siempre los momentos cruciales nos interpelan
comprometiéndonos a un cambio de vida. Sucede en lo personal cada vez que nos
acosa el miedo. Nos prometemos una vida nueva, llegando incluso a juramentos
que una vez superado los temores fácilmente olvidamos.
Nos acordamos de Dios de cuya existencia para muchos,
pocón pocón y a Él, con devoción inigualable, le pedimos y le ofrecemos lo
habido y por haber. Diosito, te prometo ser generoso con los demás, solidario y
mejor persona de lo que hasta hoy he sido. Cuídame y protege a mi familia y
sellamos este pedido con un beso en la cruz hecha con los dedos índice y
pulgar. Y a medida que el tiempo pasa y nos familiarizamos con las nuevas
condiciones vamos aflojando y volviendo a lo de antes. El Diosito que ayer
invocábamos a cada instante va desapareciendo de nuestras mentes, a no ser que
las cosas empeoren.
Esa es la condición humana, invariable e inmodificable.
La gran
encrucijada para los gobiernos de la tierra fue escoger entre salud y economía.
Obviamente ganó la salud perjudicando la economía. Ya hoy la gente poco atiende
el encierro inteligente pues, entre salud y economía, a estas alturas de la
pandemia piensan que de todas formas la muerte los acecha, o por hambre o por
contagio. El comportamiento en estos cuatro meses que arrancan desde el 6 de
marzo cuando se detectó el primer caso de la joven proveniente de Italia, nos
indican muy a las claras que seguiremos iguales una vez superemos la tragedia
que en nada distará de lo que suceda en el resto del mundo.
Una Banca poco comprometida con el sufrimiento y dolor
ajenos pensando cómo obtener mayores ganancias o, como mínimo, no perder las
acumuladas en ejercicios anteriores. Una clase política corrompida apoderándose
de los recursos que el Gobierno con esfuerzo ha venido entregando a la
población más vulnerable. Comerciantes inescrupulosos elevando los precios de
sus productos y prestándose para presentar facturas de cobro por encima del
valor real ante administraciones municipales y seccionales.
Mandatarios marcando los mercados con sus nombres para
cobrar a futuro las donaciones como si hubiesen sido pagados con recursos
propios, son acciones que ponen de manifiesto el poco interés por corregir todo
lo malo y antes, por el contrario, continuar la carrera de aprovechamiento que
es lo que finalmente los mueve. Nunca la humanidad ha cambiado ante casos
similares; bástenos mencionar la Viruela, el Sarampión, la Gripe española, la
Peste Negra, el Cólera y el VIH, que cobraron infinidad de vidas. Esta ha sido
por muchos ocasión de fijar nuevamente la mirada en el socorrido Diosito.
*Excongresista
de Risaralda

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