Por Emerson
Grajales Usma*
La felicidad que produjo la
liberación de los periodistas Salud Hernández-Mora, Diego D”Pablos y Carlos
Melo, que permanecían en el reprochable poder de la agrupación narco criminal
del Ejército de Liberación Nacional-ELN- es indescriptible.
El país, y el mundo, se mantuvieron acoplados a los informes noticiosos sobre la suerte de los reporteros que estaban en manos del grupo ELN desde el pasado sábado 21 de mayo, como el caso inicial de la periodista española Hernández-Mora. O de los comunicadores D”Pablos y Melo, dos días después por el mismo grupo violento.
Pero más allá de esa placidez natural por la liberación de nuestros colegas, queda planteado un debate como es el de las dificultades para ejercer la actividad periodística en Colombia, especialmente.
Aquí, tenemos que darnos la pela los mismos comunicadores, pero en especial aquellos que tienen responsabilidad como directiva. Para nadie es un secreto que todos los actores de este país, buenos, regulares o malos; han permeado los medios de comunicación sin que los escrúpulos se impongan sobre los intereses particulares. Solo basta con devolvernos al año 2013 cuando los medios de comunicación tomaron partido, literalmente hablando; para las elecciones presidenciales y se volvieron gobiernistas. Unos “regresaron a la libertad” otros siguen “secuestrados”. Esta práctica desde todos los estamentos del gobierno, es igual o peor de criminal que la proveniente de los mismos grupos al margen de la ley.
No hay autoridad moral alguna desde el gobierno nacional, para que les reclame a los actores armados respeto por los periodistas y exigirles que se les permita el libre tránsito para ejercer su profesión, cuando el mal ejemplo dado desde allí, se quedó indeleble.
Con lo anterior, quiero
evidenciar la delicada situación que vive hoy la prensa pero el escenario ha
sido propicio, repito, por los mismos comunicadores sociales y los empresarios
de las telecomunicaciones. Las organizaciones defensoras de los periodistas,
algunas de ellas libres de cualquier influencia política o clandestina, han
velado porque la libre expresión se imponga como respuesta a los principios y
la ética del reportero.
También existen empresas
radiales o casas editoriales o medios televisivos, que se han convertido en
proxenetas para que los periodistas de manera “vagabunda” se expongan al mejor
postor sesgando de tal manera la información que al espectador le llegue una
versión totalmente distorsionada.
Y ni hablar de aquellos que han creado un medio informativo ligero, para “extorsionar” al Estado, a los actores políticos o para servir de altoparlante a los grupos armados bien sean terroristas o criminales. O como me decía un amigo colega a través de twitter: “¿Y qué hacer o decir de los protagonistas mediáticos que “dan papaya” para configurarse como víctimas?”
Urge pues, hacer una reflexión que ahonde en el problema para depurar estas cargantes prácticas que han enlodado la noble actividad del periodista.
La liberación de los tres
comunicadores por parte del ELN, es un aporte inmenso a la libertad de prensa,
pero no es del todo un alivio para que esta profesión esté totalmente en la
independencia si los gobernantes siguen enviando “sobres” que directamente conlleve
al “secuestro” de lo que debiera ser una información libre y oportuna.
*Asesor
y consultor
@Grajalesluise